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Centros de Desarrollo Comunitarios, hacedores de talento

img_8115_blog088_100916En el Macrocentro Comunitario Cultural y Deportivo “San Bernabé”, ubicado en Monterrey, Nuevo León, se atienden diariamente a mil 200 personas de todas las edades que toman toda clase de cursos y talleres artísticos, culturales, culinarios y deportivos.

Nelly Rodríguez lo sabía perfectamente: con el ingreso de sus hijos a la universidad, el salario de su esposo resultaría insuficiente para mantener a su familia. Además, como ocurre en muchos otros hogares del país, ella no conocía algún oficio que le permitiera llevar más dinero a su casa sin descuidar su hogar y sus actividades personales.

— ¿Qué hacer entonces? —Se preguntaba una y otra vez.

Con algo de timidez y sin tener ningún conocimiento previo, decidió tomar un curso de serigrafía en el Macrocentro Comunitario Cultural y Deportivo “San Bernabé”, ubicado en una de las zonas de mayor marginación y deterioro de Monterrey, Nuevo León.

No hace mucho tiempo, en ese predio se ubicaba un tiradero de basura. Muchos jóvenes, sin opciones ni oportunidades, desperdiciaban sus días entre el alcoholismo, las drogas y el pandillerismo.

Sin embargo, gracias a esta obra financiada por el Gobierno de la República a través del programa Hábitat de la SEDATU, y en la que se realizó una inversión de poco más de 82 millones de pesos, fue posible levantar en 2014 este complejo de 6 mil 425 metros cuadrados y 15 edificios, donde diariamente mil 200 personas de todas las edades toman toda clase de cursos y talleres artísticos, culturales, culinarios y deportivos.

Gracias a los convenios con diversas instituciones, aquí la gente recibe atención médica, terapias de rehabilitación o contra las drogas. Muchas mujeres aprenden toda clase de oficios mientras sus hijos practican alguna actividad deportiva e incluso se pueden cursar estudios universitarios o de maestría. Todo, absolutamente gratuito.

Nelly Rodríguez decidió inscribirse a la clase de serigrafía y, gracias a los conocimientos compartidos por su profesor, pudo abrir un pequeño taller donde hoy produce calcomanías, playeras, y lo que sus clientes necesiten.

“Gracias a eso he podido incrementar mis ingresos y salir adelante. Gracias al Centro hay personas que han logrado superar depresiones y, desde las 5:00 de la tarde el lugar se llena de muchachos que antes estaban en la calle; es una muy buena idea de las autoridades abrir estos centro comunitarios”, explica.

Y la de Nelly no es la única historia de éxito. A pesar de contar con estudios universitarios, Angélica Vargas se inscribió al taller de elaboración de piñatas. Además de generar un ingreso extra, su intención era demostrar con el ejemplo a sus hijos que uno nunca debe dejar de aprender y prepararse.

Hoy, detalla, cuando llega la temporada decembrina elaboro hasta 500 piñatas, muchas de las cuales ya se venden en Dallas y San Antonio, Texas.

“Mientras yo tomo mi capacitación, mis hijos toman una actividad recreativa o deportiva y todos estamos aprendiendo algo nuevo”, comenta.

Así como estos dos ejemplos, en lo que fuera un tiradero de basura hoy se escribe grandes historias de éxito, de superación y hasta nacen nuevas empresas, por lo que se confirma que las buenas noticias se cuentan poco, pero cuentan mucho y cambian la vida de las familias.

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